lunes, 18 de mayo de 2009

PRIMERA PARTE

Me desperté sobresaltada, con una intensa sensación de ahogo. Sentía como el corazón latía fuertemente y el sudor resbalaba por mi frente, como diminutas gotas de agua.
Me senté en el borde de la cama intentando relajarme y buscando respuestas a las continuas pesadillas que en los últimos días me despertaban bruscamente.

Aunque estábamos en verano, llevaba una semana que no paraba de llover, y hacía que el clima fuese más parecido a los primeros días de un invierno cualquiera. Sentí en los pies el frescor del parqué, cogí el albornoz y las zapatillas que tenía a los pies de la cama y bajé por las escaleras que daban al salón y la cocina.

Bajo la agradable sensación de una taza de té me senté en el sofá contemplando la lluvia que se veía a través de la gran ventana del salón.

Sonó el teléfono.
- Donde te has metido, Tania.
- Perdona Blanca – le dije, con la extraña sensación de no saber cuanto tiempo llevaba en el sofá.
- Hace dos horas que te estoy esperando – me recriminó-.

Sabía que tenía que ser tarde por la gran cantidad de luz que, ahora, entraba por la misma ventana por la que no hacía mucho veía caer la lluvia. En algún momento debí quedarme dormida.

- Voy en seguida, tardo 10 minutos en vestirme.
- Está bien.

Rápidamente subí a la habitación y me puse lo primero que había en el armario, sin importarme si hacía juego.

Vivía en una pequeña casa de madera en lo alto de un promontículo a media hora en coche de la ciudad.
La primera vez que la vi en unos clasificados supe que tenía que ser mía. Tiene unas vistas preciosas del Mar Mediterráneo y de toda la costa. Por la derecha asoma la iglesia de Santa Tecla de Sitges y todas sus playas y por la izquierda la vista llega a ver el puerto de Barcelona.

Blanca me esperaba en la misma plaza donde habíamos quedado el día anterior con cara de pocos amigos.

- Tienes mala cara, Tania, – me preguntó.
- Llevo unos días con extrañas pesadillas que no me dejan pegar ojo. Me despierto mil veces con sudores y muy inquieta. De alguna forma siento que no son sueños sin más, tienen algo de real.
- No le dés más vueltas, son días de muchos stress y es normal. Tampoco yo descanso como me gustaría – Me dijo, haciendo pasar su brazo por detrás de mi espalda y ofreciendo su hombro en señal de tranquilidad.
- Ya, supongo.

A pesar de tener pocos amigos, Blanca era la persona más comprensible y alegre que había conocido. Nunca se enfadaba con nadie aunque tenía motivos para hacerlo.
Sus aparatos en la boca y su ligera torpeza en sus movimientos junto con sus 10 kilos de más, hacían de ella una mujer poco deseada por los hombres.
Desde que nos vimos por primera vez, hace tres años, en una fiesta de cumpleaños de una amiga común, no nos hemos separado.
De familia adinerada, vive en una preciosa casa con su madre, Ana y sus dos hermanos, Juan y Carlos. A su padre, un reputado juez de la audiencia, le asesinaron hace 10 años cuando, saliendo de los juzgados, 2 hombres le asestaron 4 balazos a boca jarro.
Fue en ese momento cuando Blanca decidió seguir sus pasos.

Ahora, a punto de acabar la carrera de derecho y yo ultimando un proyecto de fotoperiodismo, nos reunimos para ultimar los detalles de un viaje que hacía mucho tiempo deseábamos hacer.
Nos sentamos en un acogedor rincón forrado de madera de un pequeño bar, donde el olor a café llenaba el ambiente.

- No te puedes ni imaginar lo mucho que deseo sentirme en el avión y poner rumbo a Tailandia- me dijo en un tono de desesperación contenida.

Abrimos todos los catálogos, revistas y libros que habíamos recopilado a lo largo de mucho tiempo. No queríamos dejarnos ningún cabo suelto, el viaje empezaría en la ciudad de Bangkok y, pasados unos días, alquilaríamos un coche para recorrer todo el país, de sur a norte de este a oeste.

Mientras sosteníamos una acalorada conversación sobre sus gustos y los míos, un hombre se aspecto nórdico no me quitaba los ojos de encima. Apoyado en la barra, degustaba una jarra de cerveza y una tapa de pinchos. Su mirada y una ligera sonrisa en sus labios no pasaron desapercibidos ni para Blanca.
Cuando acabó la tapa, cogió la jarra y se acercó a nuestra mesa.
- Disculparme por la intromisión- nos comentó con tono cortés- no he podido evitar escucharos y creo que os puedo servir de ayuda. Me llamo Paul y he trabajado muchos años en Tailandia. Soy interiorista y viajo a menudo a Bangkok en busca de pinturas, telas y muebles; en Europa el mundo oriental está de moda.

- No gracias –contestó rápidamente Blanca, desconfiada de tanta cortesía-.
- La verdad es que tenemos toda la información que necesitamos, -le dije, devolviéndole la misma sonrisa en señal de disculpa.
- Si os lo pensáis dos veces, llamarme, –nos comentó, ofreciéndonos una tarjeta de visita.

Volvió a la barra, se acabó la cerveza y salió del bar ofreciéndonos, de nuevo, un ligero saludo con la cabeza en señal de despedida.

Las dos nos quedamos por un momento pensativas, dudando si había sido necesaria tanta hostilidad por nuestra parte.
Al momento, nos miramos y una risa tonta rompió el silencio.

Ya eran las 8 de la tarde cuando regresé a casa. Dejé las llaves encima de la mesa del salón. Subía hacia el dormitorio para darme una ducha cuando un fuerte golpe me asustó. Venía de arriba, la poca luz que salía de la habitación hacía más inquietante la respuesta. Cuando entré el fuerte viento sacudía las puertas de madera de la ventana y a su vez la puerta del armario donde guardaba todo lo necesario para revelar, además de mi última adquisición, una cámara fotográfica de medio formato que compré a un anticuario hacía unos días.
Cuando las cerré una calma tensa se adueñó de la habitación mientras las cortinas volvían a su posición de reposo.
Cuando acabé de cenar, volví al dormitorio y me dispuse a preparar el material fotográfico que llevaría el día siguiente a la sesión de fotos que me habían pedido, hacía dos semanas, por encargo.

A la mañana siguiente, me encontré con Isaac, un escultor, en su pequeño taller situado en la parte vieja de la ciudad.
- Buenos días, Isaac, soy Tania- le dije a través del magnetófono.
- Hola Tania, adelante, bajo ahora mismo, te ayudaré a subir el material, el ascensor se estropeó ayer.
- No te molestes, tampoco pesa mucho – le comenté en tono agradecido, pero no me contestó-, cuando entré en el vestíbulo ya oía sus pasos bajando velozmente por las escaleras.

De mediana edad, figura delgada pero no flaca, piel morena por el sol y media melena, me recibió con restos de pintura blanca en la camiseta, pantalón corto, también manchado, y una sonrisa con la que disculpaba su atuendo.

- Que tal Tania, encantado de conocerte. –me dijo, mientras me saludaba enérgicamente con la mano derecha y cogía la bolsa con los flashes y los trípodes con la izquierda
- Igualmente Isaac.

De paredes altas y blancas, el techo era una enorme claraboya de cristal donde la luz entraba a borbotones. Piezas de escayola inundaban todos los rincones del taller. Todas en tonos blancos, grises y unos pocos con ligeras capas de color.

- Tienes un taller perfecto- le dije con la certeza de saber que iba a salir un buen trabajo gracias a la luz que había.
- Sí, la verdad es que es ideal. Sólo tuve que poner esa tela que ves en el techo. Cuando el día se levanta despejado, estiro la tela para que cubra toda la claraboya y la luz entre suave, cuando hay nubes, la recogo.
- Muy ingenioso. Sí señor!

El trabajo consistía en fotografiar 20 esculturas para un catálogo que pretendía repartir por galerías de arte.
Todas las instantáneas consistían en reproducir las esculturas una a una, menos una en la que Isaac aparecía con todas ellas.

Ya estaba empezando a recoger los aparatos cuando sonó el timbre de la calle. Isaac se acercó al teléfono para contestar.
- Si? hola, pasa, pasa- dijo con tono amistoso- Es Paul, un amigo.

Le contesté con una sonrisa tímida, dándome prisa para recogerlo todo y poderles dejar tranquilos.
Isaac salió al vestíbulo para recibirle, cuando entraron y ví a Paul, me sorprendió ver al mismo hombre que días atrás nos había ofrecido su ayuda en el bar y la habíamos negado.

- Ella es Tania, acaba de hacerme unas fotos para el catálogo que te comenté –dijo Isaac-.
- Si, tengo el placer de conocerla, nos vimos en un bar no muy lejos de aquí –le repondió-.
- Siento mucho la reacción que tuvimos mi amiga y yo…
- No te disculpes, es comprensible, el mundo está lleno de extraños con los que no hay que fiarse.
- Nos conocimos en Tailandia, yo por entonces buscaba nuevos materiales más ecológicos para mis obras en un pueblo al norte de Bangkok